
Cuando finalmente llegó su jubilación, Marcos Ramírez se mudó a una solitaria cabaña en la sierra.
Su agradable retiro se convirtió en un infierno cuando los cactos y nopales de la zona cobraron vida y trataron de entrar a su casa por la fuerza.
Rompieron los cristales, rayaron la madera, destruyeron la instalación eléctrica, asesinaron a su perro, y no contentos con eso, se tomaron todas las cervezas del refrigerador.
Presa de una ira que no había conocido en todos sus años de carpintero, Marcos salió como pudo de entre los escombros de su casa y armado con una cruceta, recorrió la sierra en busca de las plantas ambulantes, decidido a acabar con ellas.